La Revolución de Mayo instaló dos cuestiones en la agenda política del Río de la Plata: el diseño de un régimen político capaz de garantizar la gobernabilidad del territorio del antiguo Virreinato y la definición de la cuestión de la soberanía política, ya fuese a través de la sanción de la independencia, de la conservación de los lazos coloniales con España o bien de la creación de nuevos vínculos de dependencia con otra potencia europea. En lo referido a la cuestión del régimen político, las respuestas iniciales incluyeron el ensayo fórmulas colegiadas, como la Primera Junta o la Junta Grande, impulsada por Cornelio Saavedra, que pretendió construir gobernabilidad a través del consenso de las principales ciudades esparcidas a lo largo del antiguo territorio virreinal, promoviendo el envío de representantes deberían integrarse al órgano de gobierno. Esta iniciativa fue cuestionada por el sector morenista, que exigía la consolidación de la Revolución a través de la guerra, a fin de reemplazar a las élites coloniales locales y modificar las leyes y estructuras sociales heredadas del Antiguo Régimen. Si bien la posición de Mariano Moreno fue derrotada y su gestor decidió emprender una confusa misión diplomática en cuyo transcurso habría de fallecer, la estrategia de Saavedra terminó por colapsar, a consecuencia de tres grandes límites que no consiguió superar: la negativa de la dirigencia de varias de las principales ciudades del antiguo virreinato a aceptar el liderazgo porteño, los resultados crecientemente desalentadores de la lucha armada que pretendió disciplinarlas y la escasa operatividad de un cuerpo colegiado numeroso para tomar decisiones ejecutivas con la inmediatez que exigía el curso de los acontecimientos.
En relación con la segunda cuestión –la definición de la soberanía política-, se adoptó la tesis inglesa, conocida como la “máscara de Fernando VII”, que implicaba proclamar que el ejercicio del gobierno por parte de las Juntas tenía como fin garantizar la unidad territorial hasta que el monarca legítimo fuera liberado de su prisión napoleónica y pudiese reasumir sus derechos soberanos. En un principio, esta solución resultó instrumental tanto para los revolucionarios, que contaban así con un principio de legitimidad para reclamar la unidad territorial y la sumisión de las ciudades, cuanto para Gran Bretaña, que accedía al librecambio en el Río de la Plata sin poner en cuestión los derechos políticos de su aliado Fernando VII en la lucha contra Napoleón, preservando de ese modo la continuidad de su alianza europea. Sin embargo, este ingenioso recurso demostró escasa efectividad para imponer la sumisión de los territorios virreinales a Buenos Aires, en tanto que la declinación napoleónica a partir de su derrota en Rusia, en 1812, preanunciaba que la temida reposición de Fernando comenzaba a cobrar cuerpo. Era necesario definir el tema soberanía y al respecto los puntos de vista eran dispares.
Momento de decisión
A pesar del desplazamiento de Mariano Moreno, ni Saavedra ni la Junta Grande consiguieron consolidarse. Los resultados negativos en los frentes de batalla provocaron la rebelión del Cabildo de Buenos Aires, el 22 de septiembre de 1811, que procedió a designar un nuevo gobierno, el Primer Triunvirato, excluyendo a Saavedra y relegando a la Junta a la condición de “Conservadora de los Derechos de Fernando VII”. Inmediatamente el Triunvirato derivó la competencia legislativa al Cabildo porteño, y hacia fines de 1811 la Junta fue disuelta con la excusa de que sus miembros habían instigado un motín fallido -“de las trenzas”- y expulsados de Buenos Aires. La conducción del Primer Triunvirato cayó rápidamente en manos de uno de sus secretarios, Bernardino Rivadavia, que impulsó una drástica política de centralización. Para ello el Triunvirato sancionó un Estatuto que le autoadjudicó el carácter de Gobierno Superior Provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata, autorizándose a adoptar las medidas que estimase necesarias para la defensa y salvación de la Patria. En este marco, suprimió las Juntas provinciales e impuso gobernadores y delegados, en su mayoría de origen porteño, anticipando la filosofía del unitarismo.
El Primer Triunvirato adoptó una política conservadora y pro monárquica, evitó avanzar en sentido de la proclamación de la independencia y adoptó una estrategia militar defensiva, limitada a entorpecer el avance del enemigo. Por tal razón desautorizó la creación y jura de la bandera nacional por parte Manuel Belgrano (27/2/1812). La acción del Triunvirato fue cuestionada por los morenistas, y también por la Logia Lautaro, fundada por entonces en Buenos Aires por José de San Martín y Carlos María de Alvear, recientemente retornados de España. La victoria de Belgrano, en abierta contradicción con las instrucciones recibidas, en las batalla de Tucumán (24/9/1812), propició el desplazamiento del Primer Triunvirato por parte de la Sociedad Patriótica, que nucleaba a la Logia y a los morenistas, con el objetivo de profundizar el curso de la Revolución. Para ello designó al Segundo Triunvirato, al que impuso la convocatoria de una Asamblea Constituyente con participación de todas las provincias, con el fin de sancionar la Independencia.
La Asamblea Constituyente comenzó a sesionar en Buenos Aires el 31 de enero de 1813. Si bien el artiguismo fue invitado a participar, sus delegados fueron rechazados a consecuencia de las instrucciones de que venían provistos, que exigían la definición de una matriz confederal y se oponían drásticamente a la centralización impulsada por Buenos Aires. El líder oriental, por su parte, fue declarado “traidor a la patria”.
En sus primeros tramos la Asamblea evidenció una llamativa actividad, que se tradujo en la sanción de la libertad de vientres, la aprobación del Escudo y del Himno nacional, el establecimiento del 25 de Mayo como fecha patria, la creación de un sistema de pesos y medidas y la eliminación de los instrumentos de tortura. Asimismo abolió la mita, la encomienda y el yanaconazgo y suprimió los títulos de nobleza, la heráldica y los blasones, imponiendo la vigencia de una ley común. En el terreno bélico la victoria de Belgrano en la decisiva batalla de Salta (10/2/1813) expulsó definitivamente al invasor del territorio nacional.
Sin embargo, la declinación napoleónica y la inminente restauración de Fernando VII fueron imprimiéndole a la Asamblea una matriz conservadora. Esto se tradujo en la influencia creciente de Carlos Maria de Alvear, su primer presidente, cuya inocultable acción pro-británica era respaldada por los comerciantes porteños, desvelados por definir cuanto antes una nueva matriz colonial que les garantizara la continuidad de los pingües negocios que les ofrecía el mercado inglés. En consonancia con esto, las derrotas de Belgrano en Vilcapugio y Ayohuma (1/9 y 14/10/1813), permitieron archivar el proyecto independentista y crearon las condiciones para una centralización mayor del poder político, concretada a través de la creación del Directorio Supremo a principios de 1814. Sin sorpresas, el primer Director Supremo fue Gervasio Posadas, tío de Alvear, quien en realidad cumplió una especie de interinato hasta que su sobrino regresó del frente de batalla y asumió formalmente el 9 de enero de 1815.
El curso de los acontecimientos europeos y el debilitamiento del frente bélico, fueron vaciando de contenido a una Asamblea convocada especialmente para sancionar la independencia, de modo tal que registró escasas sesiones a partir de 1814, siendo disuelta tras el desplazamiento de Alvear, el 18 de abril de 1815. Como contrapartida, la presión británica sobre el gobierno del Río de la Plata se incrementaba. Lord Stranford, embajador británico en el Brasil, presionó a las autoridades porteñas para que felicitasen a Fernando VII por su inminente retorno al trono. De manera emblemática, el 25 de mayo de 1814 Sarratea, uno de los enviados del gobierno de las Provincias Unidas a Europa, transmitió esas congratulaciones y reafirmó el vínculo colonial con Fernando, mientras otros dos emisarios, Rivadavia y Belgrano, trataban sin éxito de conseguir a algún príncipe europeo dispuesto a asumir una monarquía hereditaria en nuestro territorio. Por su parte, Alvear sólo recibía la negativa de las autoridades británicas a su proposición de convertir al Río de la Plata en protectorado inglés. La declinación de Alvear era sorprendente. Poco después, el Gral. Álvarez Thomas, se negó a combatir contra Artigas en el frente oriental y declaró la rebelión contra el Director Supremo, quien se vio obligado a renunciar a su cargo.
Si bien la Asamblea del año XIII no cumplió con el su objetivo de proclamar la Independencia, significó el inicio de lo que he denominado como Ciclo Independentista, completado por las proclamas de independencia de los Congresos de Oriente –Liga Federal bajo liderazgo de Artigas- (1815) y de Tucumán (1816). Sus contradicciones y sus limitaciones permiten sopesar fielmente la magnitud de la empresa iniciada con la Revolución de Mayo y las formidables resistencias que debieron superarse para llevarla a buen término.
Nota del historiador Alberto Lettieri
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