23 julio 2010

Delfina, "La leona de Montiel"

Delfina y Ramírez
Delfina es una de las heroínas de amor de nuestra historia. Era morena y arrogante y tenía el fuego de las amazonas entrerrianas. Porque “doña Delfina” como la llamaba el pueblo, había nacido bajo el cielo de las cuchillas en tiempo de los virreyes.


¿Qué designio la puso en el camino turbulento de Francisco Ramírez el caudillo famoso que lucha en su caballo de combate en medio de las revueltas civiles y que se pronuncia contra los que proclaman la unión nacional en Entre Ríos?

Por espacio de lustros el alma tempestuosa del caudillo se agita en el escenario de la República en las luchas de aquella patria que estaba haciéndose, ardorosa de pasión, vibrante de coraje.

A su lado, galopando gallardamente, vestida con una casaquilla roja galoneada de oro y un pequeño chambergo cubriendo los abundantes y magníficos cabellos negros, pasa ante la mirada de las generaciones argentinas la figura apasionada de la Delfina.

Desde el día en que lo conoció y lo amó no se apartó un instante de su lado. Lo sigue en la jornada de Cepeda. Lo acompaña día y noche en la guerra contra Artigas. Va con él hasta Corrientes, la bravía, y asiste a los saqueos de la provincia guaraní.

El corazón ardiente de la Delfina permanece impasible ante el patíbulo de Goya, donde sangra el cadáver palpitante de Correa. Comparte el júbilo exultante de Ramírez ante la doble derrota del general Lamadrid.

Es un idilio de amor, una larga luna de miel y de sangre la que transcurre en medio de los combates de las victorias, de las derrotas, de los fusilamientos, de las invasiones. Es en el regazo de la Delfina donde el caudillo reposa su cabeza dolorida después del desastre de Coronda.

El sol deja de irradiar al caudillo Ramírez. Un silencio de crepúsculo empieza a invadir las selvas nativas, donde ya no cantan los zorzales. Ha comenzado la dispersión de las lanzas legendarias. Los gauchos se desatan las vinchas y se hunden melancólicamente en las cuchillas. La República de Entre Ríos ha entrado en agonía.

Sombrío y trágico comprende que ha llegado el final. Sólo consuelan su desesperación y su angustia los besos apasionados de la Delfina. ¡Pancho! ¡Pancho! Aquel acento adorado suena en sus oídos como un canto de calandrias.

Una partida santafecina lo sigue de cerca, a todo galope, en la última huida. Ramírez y su compañera galopan hacia la muerte. Doña Delfina ha quedado rezagada en la trágica fuga. ¡Pancho! ¡Pancho!

Al oír aquel grito de angustia el caudillo hace girar su caballo en medio del polvo del camino. Sus ojos inyectados en sangre presencian una escena de espanto. Delfina ha sido alcanzada y arrastrada del caballo.

Un soldado le arranca la casaquilla y otro el chambergo, cuyas plumas rojas barren el suelo entrerriano. Los largos cabellos oscuros caen sobre el bello semblante de la amazona. 


Seguido por dos los suyos Pancho carga contra los enemigos lleno de ira y de coraje. Consigue arrebatar a Delfina de entre las manos brutales de la partida santafecina y la sube en su caballo, que se lanza al galope nuevamente, cubierto de espuma y sudor. Pero un pistoletazo le atraviesa el corazón.

El caudillo se inclina hacia delante abrazándose al pescuezo de su cabalgadura en el estertor de la agonía. El caballo continúa galopando un trecho con su jinete muerto hasta que lo detienen y Ramírez cae al suelo con la cabeza envuelta en su poncho rojo.

Las cabezas de doña Delfina y su compañero cayeron juntas bajo los cuchillos de los soldados. Sus labios fríos y yertos se unieron hasta en la muerte. ¡Heroica y apasionada Delfina!

Sus bellos ojos negros que durante 20 años se iluminaron de amor al contemplar el rostro hirsuto y viril del caudillo, no alcanzaron a leer el salvaje epitafio de sus enemigos: “Hemos cortado en guerra franca la cabeza del Holofernes americano”.


@FranBondone

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